La contaminación lumínica estuvo muy presente en el programa del XXIV Congreso Estatal de Astronomía. | Martin Pawley. Artículo publicado en la sección “La noche es necesaria” de la revista Astronomía, nº 270, diciembre de 2021.

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De izquierda a derecha, Enric Marco, Raul Cerveira Lima, Anna Almécija y Salva Bará.

Gracias al apoyo de Cel Fosc, la contaminación lumínica centró de forma monográfica una sesión plenaria del XXIV CEA, que se celebró en A Coruña del 9 al 12 de octubre de 2021. Abrió dicha sesión el profesor de la Universidad de Santiago de Compostela Salva Bará recordando que la luz artificial es un invento genial, pero también un agente contaminante (y no una mera molestia para la astronomía). Todas las instalaciones, incluso las mejores, contaminan: en una hipotética instalación de alumbrado exterior perfecta, por cada fotón que se refleja en las superficies y es recogido por nuestro sistema visual hay más de 16 000 000 de fotones que se pierden hacia la atmósfera y el entorno. Mejorar las instalaciones individuales no es suficiente, pues el impacto sobre las personas y la naturaleza depende de las emisiones totales de luz, de modo que no hay otra solución que poner límite a esas emisiones totales. Salva insistió en que no es inevitable que el cielo brille lo que brilla, ni en la ciudad ni en el rural, y que la pérdida actual del cielo es reversible: «es una cuestión política, no tecnológica. El solucionismo tecnológico no nos va a devolver la noche. Hay que decir basta en algún momento».

La criminóloga, jurista y experta en seguridad Anna Almécija desmintió la injustificable asociación entre iluminación y seguridad, que ya expuso en un libro de 1961 la teórica del urbanismo Jane Jacobs al afirmar que «los horribles crímenes públicos pueden ocurrir, y de hecho ocurren, en estaciones de metro bien iluminadas cuando no hay ojos eficaces». La prevención del delito pasa por crear estrategias que reduzcan tanto la oportunidad de la delincuencia como el propio miedo a la delincuencia en los asentamientos urbanos al actuar sobre las variables ambientales, introduciendo además la perspectiva de género. Frente al uso de la luz como solución equivocada para problemas de seguridad que tienen otras causas, el diseño de espacios seguros debe favorecer una buena señalización y visibilidad, la concurrencia de personas («ver y ser visto, oír y ser oído»), la existencia de sistemas eficaces de vigilancia formal y acceso a la ayuda, una buena planificación y mantenimiento de los espacios públicos y –fundamental– la participación de la comunidad.

Por último, Raul Cerveira Lima, profesor e investigador de la Escola Superior de Saúde del Instituto Politécnico do Porto, retrató la situación de la contaminación lumínica en Portugal, insistiendo en que es preciso que aceptemos la oscuridad como una parte intrínseca de la naturaleza. La opción por defecto debe ser «no iluminar», de forma que haya que justificar el porqué de cualquier instalación de luz, pública o privada, y que esta funcione siempre bajo principios de mínima iluminación. Debe establecerse, además, una política de líneas rojas que marque valores límite para la alteración de la noche y exija, en su caso, los correspondientes planes de recuperación.