La iluminación de la noche altera los ritmos propios de las especies vegetales. | Martin Pawley. Artículo publicado en la sección “La noche es necesaria” de la revista Astronomía, nº 273, marzo de 2022.

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Imagen perteneciente al artículo pionero de Edward B. Matzke. Se aprecian más hojas en las ramas de los álamos próximas a la farola.

Una planta ocupa un lugar de privilegio en la historia de la cronobiología: la Mimosa pudica, conocida por su capacidad de replegar las hojas al mínimo roce. La mimosa muestra también un notable movimiento diurno de su follaje, que se presenta extendido mientras el Sol está en el cielo y se retrae en la oscuridad. En 1729 el francés Jean-Jacques d’Ortous De Mairan diseñó un experimento para estudiar hasta qué punto la mimosa respondía a los niveles de iluminación. Decidió poner un ejemplar en un recinto cerrado que no permitía la entrada de luz y observó, para su sorpresa, que a pesar de todo la planta seguía abriendo y cerrando sus hojas con la periodicidad habitual. De alguna forma la planta disponía de una suerte de «reloj interno» que le indicaba como actuar aún en ausencia de señales solares.

Fueron necesarios más de dos siglos (y un gran número de descubrimientos científicos) para que se consolidase como una rama fascinante de las ciencias naturales la cronobiología, el estudio de los fenómenos cíclicos y los marcadores de tiempo internos de los seres vivos y su influencia en las respuestas fisiológicas. Ese ritmo endógeno propio se reajusta mediante estímulos externos, entre los cuales el más importante es la alternancia día-noche. Pero si la luz y la oscuridad natural son una referencia para la puesta en hora de los organismos, parece evidente que la modificación de ese patrón provocada por la omnipresencia de la luz artificial debe suponer un problema para la vida, en general. Las investigaciones sobre contaminación lumínica así lo ponen de relieve de forma inequívoca, y eso sucede tanto con los animales –incluidos los humanos– como con el reino vegetal. Los ejemplos son muy diversos. La contaminación lumínica se relaciona con la brotación anticipada de los árboles en hasta siete días, según un estudio efectuado en el Reino Unido (French-Constant et al., 2016), o con retrasos de incluso tres semanas en el inicio de las adaptaciones otoñales y de varios días en la coloración y caída de las hojas, de acuerdo con una investigación desarrollada en Zvolen, Eslovaquia (Škvareninová et al., 2017). Estas alteraciones del calendario biológico que suenan a películas de Yasujiro Ozu (Primavera temprana, Otoño tardío) pueden tener impacto, excuso decirlo, en la polinización de estas plantas, casi siempre asociada a la participación de insectos, y la posterior dispersión de frutos (con semillas) que facilitaría su reproducción.

Varias décadas antes, Edward Bernard Matzke, profesor del departamento de Botánica de la Universidad de Columbia, constató que árboles que habían perdido la mayoría de sus hojas mostraban aún algunas en las ramas próximas a las farolas de la calle; pasaba esto con álamos canadienses y plátanos occidentales, y también en otras especies, aunque de forma menos concluyente. Merece la pena leer su artículo, publicado en el número 23 del American Journal of Botany, de junio de 1936: «The effect of street lights in delaying leaf-fall in certain trees».