La contaminación lumínica en un punto dado puede estar causada por fuentes de luz a docenas de kilómetros. Ahora es posible evaluar de quién es la culpa. | Martin Pawley. Artículo publicado en la sección “La noche es necesaria” de la Revista Astronomía, nº 239, mayo de 2019.
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El Suomi National Polar-orbiting Partnership es un satélite meteorológico operado por la Administración Oceánica y Atmosférica Nacional de Estados Unidos que orbita nuestro planeta catorce veces al día a 800 km de altura sobre la superficie. Sus diversos instrumentos monitorizan variaciones en los niveles de ozono, estudian la radiación térmica emitida o reflejada por la Tierra y contribuyen, en general, a una mejor comprensión de los modelos climáticos. A bordo va también el sensor VIIRS-DNB, que registra imágenes en visible e infrarrojo.
VIIRS-DNB es una herramienta muy sensible, que capta bajas cantidades de luz. Detecta la iluminación artificial de las ciudades pero también luces de sistemas de navegación, relámpagos, incendios, ríos de lava o auroras. Un adecuado procesamiento de las imágenes permite descartar fuentes de luz efímeras para medir fuentes de fabricación humana y eso lo ha convertido, aunque no era su función inicial, en un instrumento valioso para calibrar la contaminación lumínica.
El análisis científico permite ir más lejos para ofrecernos una idea clara de los flujos de luz entre diferentes lugares. Es lo que proponen en el artículo «Photons without borders: quantifying light pollution transfer between territories» los dos autores, Salvador Bará (Universidad de Santiago de Compostela) y Raul C. Lima (Instituto Politécnico de Porto y CITEUC de Coímbra). Bará y Lima trabajan con sistemas de información geográfica sobre las imágenes del VIIRS y manejan el adecuado aparato matemático –que hace uso de funciones de propagación luminosa definidas antes por otros investigadores, como Cinzano y Falchi o Duriscoe– para evaluar de dónde procede la luz que borra el firmamento en cada punto. Abusando de la confianza, el verano pasado les propuse que aplicasen el método al área recreativa San Xoán, en Guitiriz, sitio de observación habitual de la Agrupación Ío. El resultado fue tan interesante como sorprendente: el ayuntamiento de Guitiriz no es el principal responsable de «su» contaminación. En noches despejadas con visibilidad media, Guitiriz produce únicamente el 12,02 % del brillo cenital en el área en cuestión, frente al 12,88 % del vecino Curtis (con una cárcel y un polígono industrial como principales culpables), el 6,87 % de Lugo o el 6,94 % de A Coruña, a unos 60 km por carretera. En el artículo citado se analiza con detalle el caso de Xares, en A Veiga, uno de los cielos más oscuros de Galicia, reconocido como destino turístico Starlight. En condiciones de excepcional visibilidad, el 88% de la luz que se percibe allí procede de otros municipios de Galicia, Asturias, Castilla y León y Portugal.
Es fácil extraer de este estudio una conclusión esencial: la contaminación lumínica es un problema que no puede resolverse solo a escala local. Las buenas prácticas de un ayuntamiento pueden verse anuladas por la mala gestión de los municipios limítrofes e incluso los no tan próximos. Es preciso un compromiso colectivo en favor de la oscuridad de la noche.