La brutal decadencia del paisaje natural, incluido el cielo nocturno, puede pasar inadvertida si cada generación redefine lo que acepta como «normal». | Martin Pawley. Artículo publicado en la sección “La noche es necesaria” de la revista Astronomía, nº 267, septiembre de 2021.
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Durante décadas los barcos de recreo de Key West, en Florida (EE. UU.), llevaron a muchas personas a pasar una jornada de pesca en alta mar. Al final del día, la tradición consistía en colgar el pez más grande en un tablero en el puerto: un juez comparaba los ejemplares y elegía el ganador. La familia que había capturado el pescado más grande posaba en una fotografía como recuerdo.
Mientras trabajaba en su tesis doctoral, la investigadora Loren McClenachan tuvo noticia de la colección de fotografías de la Monroe County Library de Key West y pensó que le serviría para hacer un estudio comparativo del tamaño de estos animales a lo largo del tiempo. Comprobó que los tableros utilizados habían sido siempre similares y en consecuencia era factible hacer estimaciones razonablemente precisas. Después de «medir» cientos de ejemplares diferentes, Loren constató que entre 1956 y 2007 el peso medio de los mayores peces había pasado de 20 kg a 2 kg, y la longitud se había reducido a menos de la mitad.
En el artículo «Documenting Loss of Large Trophy Fish from the Florida Keys with Historical Photographs» Loren explica que con el paso de los años no se alteró de forma significativa ni la participación en estos tours ni su precio, una vez hechos los ajustes de inflación. La gente que pagaba por el viaje en los años 50 quedaba muy contenta de volver con un pescado de 20 kg y hoy sucede lo mismo, aunque vuelvan con uno diez veces menor. El extremo declive del ecosistema marino pasa completamente inadvertido.
El biólogo marino Daniel Pauly desarrolló el concepto de «shifting baseline syndrome» (síndrome de las referencias cambiantes) para describir esta ceguera ante cambios radicales. Pauly hizo notar la incapacidad para evaluar correctamente las variaciones de la población de una especie, pues a menudo se tomaba como valor base el número de ejemplares al comienzo de la carrera del investigador o investigadora correspondiente, olvidando que pudo haber un tiempo anterior en que la población era mucho mayor por ser menor la depredación humana. No somos suficientemente conscientes de cómo cambia un parámetro si la variación se produce de forma suave y continua, y el resultado es que cada generación redefine cuál es su situación de partida, su «nueva normalidad». El estado que ahora creemos «natural» de un ecosistema puede ser radicalmente diferente del que tenía hace apenas treinta años.
Quienes observamos el cielo reconocemos en nuestra propia experiencia este concepto nacido de la biología. Hoy damos por buenos cielos que son objetivamente calamitosos y aplaudimos como excepcional un firmamento con una Vía Láctea nítida, que hace no tanto era la norma. Nos robaron el cielo delante de nuestras narices igual que adelgazaron los peces de Key West, sin que nos hayamos dado cuenta. ¿No es hora ya de exigir que nos lo devuelvan?