La contaminación lumínica afecta a la polinización de las flores aún después del amanecer. | Martin Pawley. Artículo publicado en la sección “La noche es necesaria” de la Revista Astronomía, nº 252, junio de 2020.
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A Ximo Baixeras, gracias.
La polinización es un fabuloso ejemplo de la complejísima malla de relaciones que se teje en los ecosistemas. Complejísima, pero también muy delicada: cualquier alteración en las reglas del juego puede provocar graves desequilibrios, incluso allí donde menos se espera. El mes pasado hablamos de cómo la iluminación artificial pone en peligro la presencia de insectos polinizadores en espacios naturales durante la noche, pero lo cierto es que la amenaza de la contaminación lumínica se extiende también al día, por extraño que parezca.
Flores e insectos mantienen una estable relación de interés mutuo desde hace 135 millones de años. El néctar que producen las flores sirve de nutriente para los insectos, que encuentran en su busca el estímulo necesario para recoger el polen y transportarlo hasta otra flor. La cantidad de néctar que cada flor produce debe ser la suficiente para que al insecto le compense acercarse, pero no tanta como para colmar todas sus necesidades, pues el objetivo final es que tenga que pasear por otras flores y así pueda dejar la carga de polen en otra diferente, favoreciendo la reproducción vegetal con una mayor variabilidad genética y en consecuencia una mayor adaptabilidad. Las flores compiten unas con otras para captar polinizadores y, por supuesto, los polinizadores compiten entre sí para obtener su recompensa floral.
Una revisión de la literatura científica sobre el papel polinizador de las mariposas nocturnas, «Pollination by nocturnal Lepidoptera, and the effects of light pollution: a review» (Callum J. Macgregor et al., DOI:10.1111/een.12174), expuso de forma reveladora la asombrosa red de interacciones entre insectos y plantas, que recoge la imagen que acompaña este texto. Hay flores que son polinizadas únicamente durante el día, otras que son polinizadas solo por la noche y otras que reciben visitas durante los dos periodos. Estas últimas ofrecen un doble servicio de comida para sus visitantes diurnos y nocturnos, que son diferentes. En condiciones normales, o, para ser más preciso, en condiciones naturales no alteradas, hay clientes para los dos turnos. La introducción de luz artificial en una zona determinada recorta la actividad de los polinizadores nocturnos y las flores del lugar se quedan sin clientes. Su néctar no será consumido y quedará intacto para el turno de la mañana. Durante el día, la oferta de alimento superará la demanda: los insectos no necesitarán explorar tantas flores porque el néctar no recogido durante las horas de oscuridad satisface plenamente sus necesidades. Ese excedente les ahorra trabajo, pero también deja sin visitas a muchas flores, que ven así reducidas sus opciones de polinización y de reproducción; algunas plantas quedarán en inferioridad de condiciones. En la naturaleza no sobra nunca nada: cuando eliminamos cualquiera de los elementos de la red, alteramos el balance global. Acabar con la oscuridad tiene consecuencias ambientales también a plena luz.