En el marco del V Encontro da Noite, que se desarrolló a lo largo de dos sesiones el 5 de octubre y el 30 de noviembre, el grupo de trabajo sobre contaminación lumínica de la Agrupación Astronómica Coruñesa Ío preparó un nuevo moníptico que se suma a la colección de materiales didácticos en gallego desarrollados por la entidad. Con el título «A noite é necesaria» y con diseño de Marta Cortacans, el moníptico explica los efectos de la contaminación lumínica en la salud humana y sobre todo en el medio ambiente y pone en valor la importancia cultural y científica del paisaje nocturno. Compartimos a continuación los contenidos de este recurso divulgativo.
No hay ni habrá nunca soluciones tecnológicas mágicas: la única manera de reducir la contaminación lumínica es reducir las emisiones globales de luz. Y puede hacerse muy fácilmente, pues los pueblos y ciudades están hoy escandalosamente sobreiluminados. Bastaría una modesta rebaja anual de la iluminación en A Coruña para que recuperásemos en unos pocos años el paisaje de la Vía Láctea y, al mismo tiempo, cumplir de sobra las necesidades para una correcta visión.
La observación del cielo nos sirvió durante miles de años para orientarnos por el espacio y por el tiempo. Observando la posición de las estrellas aprendimos a desplazarnos y a navegar por el planeta. Cuando comprendimos los ritmos celestes elaboramos calendarios guiándonos por las fases de la Luna, por el Sol o por la aparición de ciertas estrellas. En todas las culturas el paisaje nocturno alimentó un inmenso patrimonio cultural inmaterial. Además, el firmamento inspiró siempre la creación de ciencia y arte.
LA CONTAMINACIÓN LUMINOSA MATA
La vida en la Terra se desarrolló sometida a un ciclo regular en el que se suceden el día y la noche, la luz y la oscuridad. Desde hace poco más de un siglo, el uso humano de la luz artificial empezó a barrer la oscuridad del planeta y esto tiene consecuencias en el medio ambiente.
Las aves migratorias suelen volar de noche y algunas emplean la luz de las estrellas para orientarse. Por culpa de la luz artificial, se desvían de sus caminos y pierden tiempo y energía indispensables para completar su viaje. Millones de pájaros mueren además cada año al chocar contra edificios iluminados.
La luz por la noche altera los ciclos biológicos de los árboles, que también precisan descansar. Por culpa de la luz artificial, los árboles no detectan correctamente los cambios estacionales y florecen antes de tiempo o pierden las hojas demasiado tarde.
Los insectos quedan atraídos por la luz artificial y pasan horas dando vueltas a su alrededor. Los que no mueren por agotamiento pierden un tiempo decisivo que deberían dedicar a alimentarse, aparearse o facilitar la reproducción vegetal, pues son las abejas, abejorros, mariposas, polillas… quienes polinizan entre el 80 y el 90% de las plantas con flores.
La iluminación de las líneas de costa y las grandes fuentes de luz en medio del océano (barcos, plataformas petrolíferas, etc) borran la oscuridad que precisa toda la vida marina. Por ejemplo, cada noche el zooplancton asciende cientos de metros para alimentarse y desciende de nuevo al fondo por la mañana. La mayor migración diaria que registra nuestro planeta se ve afectada por la presencia de luz artificial.
A lo largo del ciclo de 24h nuestro cuerpo experimenta variaciones periódicas de la temperatura, la presión sanguínea o la producción de hormonas: es el «ritmo circadiano». El principal marcador externo que pone en hora a diario nuestro reloj es la luz natural. La melatonina, una hormona que regula el ciclo sueño-vigilia y estimula el sistema inmunológico, se produce sólo cuando hay oscuridad; la presencia de luz reduce su secreción. La exposición excesiva a la luz artificial por la noche está asociada con diversas enfermedades.