La contaminación lumínica acaba con los polinizadores y amenaza gravemente la cubierta vegetal del planeta (y nuestra alimentación). | Martin Pawley. Artículo publicado en la sección “La noche es necesaria” de la Revista Astronomía, nº 251, mayo de 2020.

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La abeja europea o doméstica, Apis mellifera, polinizando (Cortesía Andreas Trepte)

Un paso esencial en la reproducción de muchas especies vegetales es la polinización, el proceso por el cual llega el polen, los minúsculos granos que contienen las células reproductoras masculinas, desde los estambres hasta el estigma de las flores que contiene el óvulo. En ese viaje las plantas con flores se valen de diferentes agentes, como el viento o el agua, pero, sobre todo –y este sobre todo significa «casi un 90 % de los casos»– de la colaboración de un gran número de especies animales. En esa lista hay vertebrados, en particular pájaros y murciélagos (también roedores o algunos primates), pero con gigantesca diferencia el principal grupo de polinizadores son los insectos. El delicado equilibrio biológico del planeta cuenta con el trabajo imprescindible e inestimable de las abejas, avispas, hormigas, moscas, mosquitos, mariposas, polillas o escarabajos.

Les debemos a los insectos buena parte de la naturaleza que disfrutamos y de la que abusamos: nada sería igual sin ellos. Les debemos, además, nuestra alimentación de cada día. Casi todo lo que comemos depende de forma directa o indirecta de la polinización, de forma muy evidente en el caso de la producción hortícola (frutas y vegetales), pero también en la ganadería, intensiva o extensiva, a través del consumo de pastos y cultivos forrajeros. Entre estos últimos, el más utilizado a nivel mundial es la alfalfa y depende casi en exclusiva de la visita de insectos para la producción de semillas.

A finales del siglo pasado comenzó la preocupación por la drástica reducción de insectos en muchos ecosistemas. En 2017 un equipo de la Universidad Radbound holandesa presentó un estudio (DOI: 10.1371/journal.pone.0185809) que ponía números a esa reducción. Analizaron la biomasa de insectos entre 1989 y 2016 en sesenta y tres espacios naturales protegidos de Alemania y los resultados obtenidos desvelaron un «dramático descenso» medio del 76 %, que extendía al conjunto de los insectos voladores las brutales caídas detectadas en investigaciones precedentes entre las abejas, las mariposas y las polillas.

Un artículo en Nature ese mismo año mostró el peligro para la polinización que supone la luz nocturna (DOI: 10.1038/nature23288). Un grupo de científicos y científicas de la Universidad de Berna puso en diversos campos lámparas LED de uso común en la iluminación urbana para investigar su influencia sobre la presencia de insectos. Con este experimento descubrieron que durante la noche en los campos en los que se preservaba la oscuridad natural las flores recibían la visita de más de trescientas especies de insectos diferentes, pero en aquellos iluminados artificialmente la cantidad de polinizadores nocturnos era un 62 % menor. Esta pérdida de visitas nocturnas no se compensa durante el día y conducía globalmente a un descenso medible –hasta un 13 %– en la producción de frutos de la planta estudiada como referencia. Una evidencia más, y desde luego no la única, del impacto de la contaminación lumínica sobre las poblaciones de insectos.