Según la evidencia científica, poner más luz no protege más a la población.  | Martin Pawley. Artículo publicado en la sección “La noche es necesaria” de la Revista Astronomía, nº 253-254, julio-agosto de 2020.

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«Accidente», de Alfonso Ponce de León (Museo Reina Sofía)

Cuando hablamos sobre iluminación pública y la inevitable contaminación lumínica asociada, un asunto siempre presente es la importancia de la luz en la seguridad ciudadana. Los Sapiens somos animales diurnos, dotados de un sistema visual que no es capaz de apreciar grandes detalles en la oscuridad; empleamos la noche para dormir y eso nos hace aún más vulnerables cuando el Sol se pone. No es difícil imaginar lo que significaba la noche para nuestros antepasados hace treinta mil años (y aún en época reciente). El miedo atávico a la oscuridad no es un sentimiento irracional injustificado, sino una consecuencia de nuestro instinto de supervivencia. Gracias a la precaución estamos hoy aquí: sin duda, buena parte de los humanos más temerarios del pasado no llegaron a dejar descendencia.

Que nos sintamos más seguros con luz es comprensible; que estemos más seguros con luz es otra cosa. Se tiende a asumir de forma irreflexiva que la presencia de luz es un factor que por sí mismo reduce el número de accidentes de tráfico y la delincuencia, sin que haya investigaciones serias e independientes que lo avalen. Más bien al contrario, los estudios que han analizado con rigor el rol de la iluminación en la seguridad ciudadana niegan una relación causal que justifique la ligereza con la que las administraciones resuelven cualquier queja vecinal plantando farolas.

Paul Marchant, de la Universidad de Leeds, es uno de los más perseverantes e inteligentes críticos del mantra que asocia luz con seguridad. Un trabajo de 2019 del que es coautor, «Does changing to brighter road lighting improve road safety?» (DOI:10.1136/jech-2019-212208), examina el efecto de la iluminación en una gran ciudad del Reino Unido, Birmingham, sobre los cerca de treinta mil accidentes de tráfico que se produjeron allí entre 2005 y 2013. Durante esos años se cambiaron decenas de miles de lámparas con el resultado de que prácticamente se duplicó el número de luces blancas brillantes (las más contaminantes). El estudio estadístico arroja como conclusión que no solo no hay evidencia de que con más luz mejore la seguridad vial, sino que incluso sucede lo contrario, pues llegan a detectar un aumento en el número de colisiones de día y de noche en zonas que experimentaron un aumento notable de la cantidad de luz.

Una investigación anterior, «The effect of reduced street lighting on road casualties and crime in England and Wales» (Rebecca Steinbach et al, DOI:10.1136/jech-2015-206012), analizó si la reducción de la iluminación pública en entidades locales de Inglaterra y Gales para ahorrar dinero y rebajar la huella de carbono tuvo consecuencias negativas para la seguridad. Una vez más, la conclusión fue contundente: apagar (de forma total o parcial) o atenuar las luces no producía efectos dañinos ni en el tráfico ni tampoco, ojo, en la comisión de delitos. El binomio iluminación y crimen será objeto específico del próximo artículo.