Un ranking europeo de contaminación lumínica saca los colores a España por los excesos de iluminación. | Martin Pawley. Artículo publicado en la sección “La noche es necesaria” de la Revista Astronomía, nº 245, noviembre de 2019.

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Fabio Falchi (Fotografía: Riccardo Furgoni)

A principios de septiembre disfrutamos en A Coruña de una conferencia de lujo: la del profesor de instituto y también investigador en el campo de la contaminación lumínica Fabio Falchi, principal responsable científico del «Nuevo atlas mundial de brillo del cielo» (2016), la mejor herramienta de que disponemos para calibrar la calidad del firmamento nocturno en nuestro planeta. Parece razonable que exista una correspondencia entre las emisiones de luz y las zonas con mayor población humana, pero esa relación admite un análisis mucho más fino y ese es el objeto de un muy interesante artículo presentado este verano, «Light pollution in USA and Europe: The good, the bad and the ugly» (Fabio Falchi, Riccardo Furgoni et al.). Los autores emplean los datos de brillo artificial del cielo compilados para el atlas y las observaciones del sensor VIIRS (del que hablé en el artículo de mayo) para ponderar la contaminación lumínica con el número de habitantes y el producto interior bruto en Europa y Estados Unidos, en el primer caso a nivel de «regiones» y «provincias» (divisiones NUTS2 y NUTS3 en el lenguaje oficial de la Unión Europea), y de «estados» y «condados» en el segundo. El tratamiento estadístico de toda esta información permite determinar qué porción de superficie y qué porcentaje de población convive con un cierto nivel de contaminación lumínica, pero también calcular el brillo artificial medio en cada zona, el flujo de luz artificial por habitante y el flujo de luz artificial por unidad de PIB. Al evaluar por separado todos esos parámetros aparecen, por supuesto, notables diferencias; combinándolos adecuadamente puede obtenerse una clasificación global. El título del artículo, que alude de forma irónica a la película de Sergio Leone en España llamada «El bueno, el feo y el malo», ya anuncia las conclusiones: quedan aún unos pocos lugares que preservan la calidad de sus cielos, pero la inmensa mayoría están tocados en mayor o menor medida por la luz artificial y en demasiados casos el resultado es calamitoso.

En su conferencia, Fabio Falchi resumió de forma esclarecedora (infelizmente esclarecedora, debo decir) las conclusiones fundamentales del estudio. España no tiene nada de qué presumir: solo La Palma se coloca en el grupo europeo de «los buenos», dominado por Alemania, ese país que solemos poner como modelo para casi todo menos por su sensata política de iluminación. Detrás de La Palma, la isla de El Hierro consigue entrar en el 20 % mejor de las 1359 demarcaciones europeas; todas las restantes españolas se sitúan en la mitad mala de la tabla, del puesto 719 en adelante, y 26 de ellas se colocan a la cola, en el último (y pésimo) 20 %, incluidas, pena me da decirlo, A Coruña y Pontevedra. Portugal, por cierto, aún está peor: es el estado que tiene más territorios, trece, en las últimas cincuenta posiciones.